¿Socialismo caviar? No, solo izquierda guacamolera
El obradorato como farsa de los nuevos ricos fondeados por la corrupción y el crimen organizado
Hay quienes hablan del socialismo caviar como si fuera la última contradicción de una ideología en ruinas. Intelectuales de izquierda que beben vino francés mientras pontifican sobre la desigualdad. Profesores de Berkeley que cobran con puntualidad y predican la revolución desde la comodidad de un sillón Eames. Sí, es hipócrita. Sí, es molesto. Pero al menos no es ilegal.
En México, sin embargo, el fenómeno ha mutado hacia algo más vulgar: una izquierda guacamolera, llena de lujos inexplicables, enriquecimientos acelerados y un cinismo que insulta la inteligencia. Ahí están las casas en San Diego de Arturo Ávila, exaspirante de Morena a la alcaldía de Aguascalientes y, presuntamente, de Marina del Pilar, gobernadora de Baja California. Está también la tristemente célebre Casa Gris de José Ramón López Beltrán, hijo del expresidente tabasqueño, cuyo estilo de vida contradice todo lo que su padre predica. Y está Yeidckol Polevnsky, que pasó de promotora de austeridad a compradora de ropa de diseñador. Las señales están por todas partes: un régimen que finge predicar con el ejemplo, pero vive como potentado.
Y la narrativa del obradorato no solo es incoherente, también se inmiscuye en la vida de los particulares. El régimen no se contentó con limitar los salarios del sector público, sino que llegó a cuestionar los del sector privado. Irma Eréndira Sandoval, entonces secretaria de la Función Pública, no solo reiteró que nadie debía ganar más que el presidente, sino que se atrevió a declarar que la iniciativa privada debería bajar los altos salarios de sus empleados para que se ajustaran a los del servicio público, como si su trabajo incluyera dictar los ingresos de los ciudadanos.
Mientras sus subordinados hacían estas amonestaciones de Savonarola región 4, Andrés Manuel López Obrador enunciaba su propio sermón de la montaña: que los lujos no tenían sentido, que con dos pares de zapatos bastaba. Sin embargo, sus allegados no solo tienen más de dos, sino que pagan sus pares en miles de dólares.
El problema no es solo la hipocresía. Es la opacidad. Porque a diferencia de los socialistas caviar europeos o norteamericanos —que heredaron, invirtieron o trabajaron en sectores legítimos— los ricos del obradorato no tienen forma honesta de explicar su fortuna. No son izquierdistas con gustos caros: son oportunistas con pasados turbios. Vulgares rateros con discurso progresista.
¿Y cómo justifican su riqueza? Con cuentos. Que la casa es prestada. Que la empresa es de un familiar. Que el dinero lo ganó en Cuautitlán o en una licitación milagrosa. Todo muy conveniente. Todo muy infantil.
Y no deja de ser pasmosa la ingenuidad de 35 millones de mexicanos que se creyeron el cuento de la austeridad obradoril, cuando los hijos del mesías tropical ya tenían años usando tenis Louis Vuitton, Marcelo Ebrard vivía como marqués en París o Gustavo Ponce jugaba en Las Vegas como nuevo rico de pacotilla.
Y los casos se acumulan. Napoleón Gómez Urrutia, líder sindical y senador de Morena, ha sido vinculado a desvíos millonarios del sindicato minero y a una vida de lujos que incluye propiedades en Canadá y una colección de autos de lujo. Indira Vizcaíno, gobernadora de Colima, adquirió una residencia de más de 6 millones de pesos en un fraccionamiento exclusivo, mientras su hermano y otros funcionarios de su administración también compraban propiedades de alto valor. Martín Borrego, exfuncionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores, utilizó el Museo Nacional de Arte para celebrar su boda, disfrazándola de evento diplomático, en un claro abuso de recursos públicos.
Estos personajes, al igual que Fernández Noroña con su camioneta de lujo, viajes en Business class por Air France y compras de chocolates franceses y Perrier de lima en City Market, exhiben su frustración por haber sido pobres. Con la pena, no son otra cosa que unos muertos de hambre, que solo dentro del presupuesto pudieron alcanzar estos lujos. Su mal gusto es parte de las razones por las que es evidente su corrupción. A diferencia de los nuevos ricos, una persona que siempre ha tenido dinero no hace nacadas como usar tenis Louis Vuitton, no usa relojes que parecen caleidoscopios de feria, ni tiene la necesidad de vivir en fraccionamientos donde hay otros nuevos ricos. Donde antes, en el priismo ratero, había uno o dos nacos así, como Romero Deschamps, hoy existen muchos casos de mal gusto financiado con dinero público o del crimen.
El socialismo caviar genera desprecio por su incongruencia. Porque no puedes predicar igualdad mientras nadas en Dom Pérignon. Pero el comunismo guacamolero no merece solo desprecio. Merece auditorías. Merece procesos penales. Merece cárcel.
La solución no está solo en la crítica moral. Está en exigir rendición de cuentas. En investigar patrimonios. En entender que el daño más profundo que deja esta “izquierda” no es económico, sino cultural: haber normalizado la idea de que robar está bien si estás del “lado correcto” de la historia.
Y no. No lo están.
Buenísimo!!
Extraordinario artículo. Cuando recoges a un perro o a un gato de la calle, que han pasado hambre, no se llena nunca. Eso les pasa a esta runfla de bandidos. Quieren todo, acaparan todo, derraman su vulgaridad por todo y se sienten muy felices de que su indignidad, su resentimiento, su opacidad permee en muchos sectores de la vida, afectando a todos. México no merece esta catástrofe. Si fueran más organizados serían como los nazis versión petatiux. No hay uno que se salve. Los pintas de cuerpo entero cuando los describes como comunistas guacamoleros. Ni siquiera merecen ser llamados comunistas (requeriría un poquito de dignidad serlo), y el aguacate, a veces, está muy caro...